Cuando leo un artículo o una noticia sobre la diferencia, me pregunto: ¿qué es la diferencia? Si, según la RAE: “1. Cualidad o accidente por el cual algo se distingue de otra cosa. 2. Variedad entre cosas de una misma especie.”
¿Y qué es ser igual? De nuevo, según lo RAE: “1. Que tiene las mismas características que otra persona o cosa en algún aspecto o en todos.” Pero… ¿hay dos personas iguales? Hasta los gemelos tienen diferencias.
Entonces, si no hay nadie igual, ¿por qué se destaca antes una característica funcional que la altura, el color o el peso ante lo distinto, por ejemplo? Si bien es cierto que las 2 últimas también fueron más enfatizadas hasta hace pocos años de forma negativa, desde que la discapacidad se ha asomado a la luz de la sociedad, se enfatiza esa diferencia quizás con miedo, como suele pasar generalmente con la diferencia.
Pero a diferencia (valga la redundancia) de las otras características de género, color, religión, fisionomía o sexualidad, donde yacen prejuicios de discriminación, inferioridad e incluso, en ocasiones, cierto odio dado de un racismo perenne en nuestra sociedad aun hoy en día. A la diferencia dada de la discapacidad o diversidad funcional se le suman, o quizás también se diste por los sentimientos de temor a lo desconocido, el impacto o desconcierto ante cuerpos o sentidos no uniformes y las creencias de incapacidad para hacer lo mismo que aquellos que ven esta diferencia, sin percatarse de que entre ellos mismos también funcionan de forma diversa.
Puede que, esta suma de prejuicios y desconocimientos por parte del resto de sociedad hacia un funcionamiento distinto del ser, fomente las ansias por la igualdad por parte de nuestro colectivo con discapacidad. Buscando etiquetas equiparadas a la mayoría, como es la diversidad. Sin percatarnos que de esta manera estamos evitando ser diferentes dentro de la diferencia, como si este hecho fuera peyorativo y en esa diferencia social, que es lo diverso, no pudiera haber otras necesidades humanas dadas de esa etiqueta, quizás no bien perfilada, que enfatiza en la disminución de la capacidad en vez de en un funcionamiento diferente de nuestro cuerpo.
Dichas observaciones pueden parecer contradictorias, pero si defendemos la diversidad como diferencias que suman y enriquecen, ¿para qué ocultar las peculiaridades funcionales dadas de limitaciones reales que requieren apoyos y recursos en base a la necesidad de cada tipología? Si en verdad son esas necesidades de apoyos y recursos las que nos diferencia de las otras diversidades. ¿Por qué enmascararlas en vez de reivindicarlas?
Si bien puedo estar de acuerdo con que la etiqueta “discapacidad“ no sería la más actualizada para el contexto social actual, puesto que las diferencias funcionales son muy variables y la mayoría no disminuye la capacidad. Pienso que la etiqueta de “diversidad funcional” nos engloba en las diferencias humanas o sociales, que puede que sea lo más inclusivo, pero a la vez, no muestra esas necesidades de apoyos y recursos que requerimos para nuestra inclusión.
Así pues, en las antípodas de saber cual sería la nomenclatura más apropiado para nuestro colectivo, sólo sé que no hay que enmascarar nuestra diferencia, dado que cada una tiene nombre propio y necesidades diferentes. La mía es la parálisis cerebral (que no significa tener el cerebro parado) pero hasta que no digo que tengo tetraparesia, no doy a conocer mis necesidades y, sin esa información, difícilmente se mejoraran los apoyos y recursos.
Entonces es cuando me pregunto: ¿hasta que punto nos beneficia la etiqueta de “diversidad funcional” si nos hace iguales en una diversidad sin tantas necesidades?