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Tu mano virtual en Diversidad Funcional

A menudo mis artículos son dirigidos a las personas con discapacidad/diversidad funcional. En este caso quisiera empatizar con los padres, familiares y entorno que a diario sienten la necesidad de cuidarnos y protegernos tan sólo porque funcionamos diferente.

¿Y quién no se alerta cuando un niño empieza a caminar y ves que se va a caer? Pues creo que esa sensación de novedad y de peligro tiene el entorno de las personas con discapacidad/diversidad funcional de forma constante, cada vez que queremos hacer algo nuevo. Es el mismo estado de alerta que se siente ante un infante en sus primeras etapas de desarrollo.

Seguramente nos veis vulnerables, aprendices permanentes de la vida o incluso incapaces de afrontarla por nosotros mismos. Eso genera una doble dependencia: la nuestra hacia vosotros por la necesidad de ayuda (que a veces llega a ser egoísta) y la vuestra hacia nosotros (las personas con discapacidad/diversidad funcional), que activa el mecanismo de defensa de la sobreprotección.

Ambas dependencias son vulnerables a efectos negativos, como bien sabéis y frecuentemente queréis omitir padres, familia y entorno… Pero, en esta ocasión, quisiera que fuerais sinceros con vosotros mismos y reflexionéis si el estar tan al cuidado nuestro no os produce:

  • Fatiga,
  • Cansancio,
  • Estrés,
  • Abandono de vosotros mismos,
  • Dejadez entre pareja,
  • Disminución de socialización…

Y es que, a menudo, dais la vida por nosotros (sobre todo los cuidadores no profesionales, es decir, la familia), sin percataros que en ocasiones también nos estáis limitando la nuestra, hecho que no nos permite avanzar.

Todo ese esfuerzo vuestro porque no nos pase nada o aquel temor que no podamos hacer tal cosa, además de produciros los factores anteriores, estos a su vez os pueden generar:

  • Ansiedad,
  • Nerviosismo,
  • Mal humor,
  • Sensación de no llegar a todo…

Este cúmulo de estados emocionales unidos a los nuestros, seguramente de parecidas magnitudes, puede desembocar en un cóctel molotov que suele dificultar a ratos la convivencia y, obviamente, no es un escenario para un bienestar entre ambas partes. Más aún si esta situación de tensión se prolonga de forma vital.

Por lo que se debe intentar disminuir tanto el mecanismo de sobreprotección por parte del entorno más cercano como, por la parte de la persona con discapacidad, el hecho de apoyarse únicamente en el cuidador/asistente no profesional.

Este cambio de actitudes y hábitos incluye una doble asimilación:

  • Las personas con diversidad funcional no somos niños eternos,
  • Ni vosotros (familia) tenéis que estar a merced de lo que podemos necesitar en cada momento.

No nos hagas  frágiles como pompas de jabón.

Para hallar un equilibrio emocional en las dos partes se debe adquirir nuevos comportamientos atendiendo a ejemplos de pautas como:

  1. Permitir tener espacios propios. Cada persona con y sin discapacidad debe tener tiempo para si misma. Lo cual ayudará a oxigenar la convivencia.
  2. Dejar hacer a las personas con discapacidad. La vida ya es un aprendizaje, si no nos sabemos caer, nunca sabremos como levantarnos.
  3. Ni ordenar ni obligar, acordar. La flexibilidad es el primer paso hacia el enriquecimiento mutuo.
  4. Creer en el prójimo. Tener una diversidad funcional no significa estar limitado/a, sino hacer las cosas de otra manera o a otro ritmo. Quizás la persona con discapacidad sólo necesita más tiempo, si se hace por ella se le acorta la autonomía y las ganas de superarse.
  5. Escuchar. A veces se da por hecho lo que quiere la otra persona sin preguntarle y aunque tenga discapacidad, se le debe preguntar porque todos debemos tener autodeterminación, independientemente del tipo o grado de diversidad.

Pero, si nos fijamos, estas pautas suelen ser innatas dentro de una convivencia de personas adultas sin discapacidad, pero cuando la hay, aparece el mencionado temor que acciona el mecanismo de sobreprotección.

¿Cómo disminuirlo? Está en tus manos. Porque como recita el poema de Jorge Bucay:

 

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