Llegan fiestas, celebraciones, días de supuesta alegría. Donde la gente sale, queda, va de compras… En definitiva, días de ilusión, encuentros y reencuentros.
Pero estaréis pensando: ¿y los que no podemos hacer todo eso? ¡Existimos! Sí señor, y no sois pocos, ni raros. Estáis, pequeña población, pensando: yo no salgo, no quedo, no puedo ir a comprar regalos si no es con mi propia familia.
No os fustiguéis, estas líneas van para vosotros, escritas con conocimiento de causa. Si, para aquellos que no os gustan las fiestas navideñas, que os entristecen, que os irritan, etc. ¿Habéis pensado por qué os sentís así? Y lo más importante: ¿Vale la pena?
Dejadme dar una mirada fría, puede que dura, pero realista y positiva a la vez. Muchos pensaréis: Es que son días de nostalgia, donde recordamos a los que se han ido…. Y pregunto: ¿el resto del año no se recuerdan? Y alguno dirá: si, pero no hay tantas comidas familiares. ¿Y los cumpleaños y vacaciones? Otro pensará: pero yo estoy triste porque nadie me llama para salir. ¿Y el resto del año, te pasa? Y aún quedará el que diga: Es que estas fiestas me crean impotencia porque no puedo ir a comprar regalos sin que se enteren. ¿Y para los cumpleaños, si? En definitiva, ¿por qué nos sentimos así en fechas navideñas?
Como vemos, se tiende a magnificar nuestro instinto más social y esto puede hacer que nuestra dependencia, es decir, el hecho de necesitar de terceros para realizar ciertas actividades como ir de compras, se haga más visible por estas fechas. Dicho de otro modo, estas fiestas nos hacen más conscientes de aquello que no podemos hacer, ese deseo observado en los demás.
Deseos humanos innatos de dar y ser correspondidos que se ven frenados por una realidad, quizás enmascarada el resto del año por nuestra rutina cotidiana, que se hace más visible y consciente en estos días donde la ilusión de compartir nos invade, aumentando ese sentimiento de ausencia recordando lo perdido o lo añorado.
Invadidos por eso sentimientos nostálgicos, nos olvidamos de todo aquello que podemos hacer, de las alternativas que tenemos a nuestro alcance para suplir esa dependencia. Buscando una vinculación social estandarizada en nuestra sociedad, dejamos de lado nuestra esencia: la diversidad.
Emociones que nos evitan o dificultan encontrar esas soluciones, presentes en nuestro día a día, que nos permiten superar obstáculos y nos hacen ser uno más. Quizás nos olvidamos de ser nosotros mismos, invadidos por el deseo de ser como los demás.
Pero nadie es igual y de la diversidad nace el enriquecimiento, por eso debéis indagar en vuestro interior para hallar alternativas. ¿Por qué se han de comprar los regalos si los podemos crear? ¿O acaso son más valiosos unos zapatos que un escrito o un poema hecho con el corazón? ¿Por qué queremos seguir con la materialización de los regalos?
Por otro lado, ¿por qué entristecernos ante los recuerdos? Si los podemos revivir recordando, visualizando bonitos momentos compartidos que nos hacen sonreír al recordarlos e incluso nos da energía para seguir adelante si los tenemos presentes de manera positiva.
La angustia nos impide ver esas alternativas de la vida, esas soluciones creativas que nos permitirían amanecer y pensar: ¿Qué voy a hacer hoy y cómo? En vez de decir: ¿Por qué no podré hacer tal cosa o ver otra vez a esa persona?
El pasado no vuelve, el futuro estar por llegar, vive el presente buscando alternativas, porque la tristeza y el lamento no te las traerán. Eso no quiere decir que la añoranza sea mala, todo lo contrario, hay que añorar recordando lo vivido pero disfrutando el momento. Porque la felicidad se encuentra en las pequeñas cosas que surgen en el camino, no en las que anhelas.
No busques, encuentra y hallarás motivos para ser feliz también en Navidad.
¡Felices fiestas pero mejor vida!