Sociedad repleta de estigmas, cánones y etiquetas. Éstas últimas nos rodean por todas partes, apareciendo como nombres denominando a aquello que nos envuelve o que incluso somos parte de ello.
Etiquetas, algunas descriptivas y otras que llevan a equívocos conceptuales. Unas otorgan cualidades, otras dan pie a perjuicios morales y sociales que, en ocasiones, no nos permiten divisar a lo verdaderamente importante: la persona.
Con lo que se denominan a las diferentes diversidades funcionales no dejan de ser eso, etiquetas, algunas con origen orgánico como espina bífida, la cual indica de donde viene la discapacidad y otras como la parálisis cerebral la cual deja entrever un posible concepto equivoco de esta diversidad funcional.
En el presente artículo precisamente quisiera abordar la paradoja lingüística que conlleva esta última etiqueta: parálisis cerebral. Quien desconozca el ámbito de la discapacidad y concretamente de ésta diversidad funcional, caerá en el perjuicio o mejor dicho, en la inocencia de creer que el niño o adulto con parálisis cerebral tiene o ha tenido el celebro parado. Nada más lejos de la realidad, si bien es cierto que el abanico de grados de parálisis cerebral es amplio y puede conllevar múltiples afectaciones ya sean físicas, sensoriales o cognitivas, éstas no están sujetas a correlación conjunta sino que dependiendo de el origen y la localización de la lesión cerebral, mayoritariamente producida por falta de oxígeno, ésta afectará de forma diferente a cada persona. Lógicamente apartándose de la utopía conceptual que puede conllevar dicha etiqueta.
Para explicarlo de una manera más llana, la falta de información en la sociedad de a pie sobre esta discapacidad puede conllevar prejuicios hacia las capacidades de la persona, a veces también promovidos por la simple apariencia física dada de la misma etiqueta. Por poner un ejemplo, quizás una persona cercana, como una vecina que te ha visto crecer, en una conversación cotidiana surge la etiqueta de esta discapacidad y al decir que tú la tienes, se niega a reconocerlo ya que piensa que es una patología de origen cognitivo y con un grado de afectación elevado que a ti no te ve. Por lo tanto, se desconoce el origen de las causas así como los grados de afectación y por consecuente la capacidad de capacidades, valga la redundancia, y de habilidades a la cual es sujeta una persona con parálisis cerebral.
Capacidades enmascaradas por esa etiqueta asignada a la discapacidad o a la persona que tiene esa diversidad funcional como agente pasivo paralizado cerebralmente.
Como persona con parálisis cerebral tengo otorgada esa etiqueta ilógicamente no estoy escribiendo estas líneas con el celebro parado, ni hubiera estudiado psicología ni pudiera estar dando formación como psicóloga a profesionales sobre este ámbito con el celebro parado. Al igual que conocidos o amigos abogados, informáticos o administrativos con parálisis cerebral están ejerciendo su profesión como cualquier persona.
Si bien es cierto que la sociedad avanza junto a la medicina y la tecnología, ¿por qué no progresar hacia un concepto más ajustado de nuestra patología? El cual no desemboque a pensamientos erróneos, estigmas y perjuicios que son brechas que obstaculizan en nuestra inclusión global, porque antes de la etiqueta de parálisis cerebral tenemos otras muchas etiquetas basadas en una principal: la persona, y como tal tenemos el derecho a que se visibilice el resto de etiquetas que nos hacen iguales y a la vez diversos como pueden ser: alto, bajo, simpático, serio, amable, introvertido o extrovertido, eficaz, etc…
Por lo que, a mi modo de ver, una evolución del concepto de parálisis cerebral mejoraría su concepción y evitaría los equívocos y perjuicios preconcebidos antes de conocer a la persona, ésta, hasta el momento, siempre sujeta a una simple etiqueta no clarificadora.