Las personas con diversidad funcional, frecuentemente, nos topamos con una barrera social común, que si no tenemos un autoconcepto sólido de nosotros mismos puede frenar nuestras expectativas.
Esta barrera social a la que me refiero es la duda de los demás hacia aquello que nos proponemos. A quién no le ha pasado el desear seguir un camino académico ordinario y que los profesionales o la propia familia piense, o incluso digan, que no tenemos la capacidad suficiente para aquello? Opinión externa que, queramos o no, nos influye muchas veces de forma directa ante nuestra decisión.
Esta barrera social no deja de ser un perjuicio que, al mismo tiempo, se convierte en un mecanismo de defensa, sobre todo por parte de la familia ante el temor de un posible fracaso. Se cae en la ignorancia de lo desconocido, volviendo más débil aparentemente al que será o puede ser más fuerte.
Es curioso observar como la mayoría de veces las limitaciones se convierten en capacidades gracias a una fuerza interior que combate este perjuicio exterior. El cual, como he dicho anteriormente, en un principio puede debilitar, pero con el paso del tiempo se debe convertir en una herramienta que forje los cimientos de nuestro autoconcepto, porque tan sólo con él conseguiremos lograr lo que nos propongamos.
Si forjamos un buen autoconcepto nos será más fácil afrontar los obstáculos que se nos presentan. Por ejemplo, ante la disyuntiva antes planteada sobre si podemos realizar o no un determinado estudio, podemos resignarnos a la opinión de los demás o creer en nuestras posibilidades e intentarlo. Si optamos por la segunda opción, estamos construyendo una personalidad sólida con identidad propia que nos ayudará a minimizar los obstáculos, aprendiendo a buscar estrategias de resolución, en vez de relegarnos a la culpa o pena. Como dice Wayne W. Dyer en su libro "tus zonas erróneas": ‘así como pienses, será como eres’.
No es que somos diferentes, ni más fuertes ni más débiles, es que nos acostumbran a verlo así. La sociedad está llena de estereotipos y la discapacidad no deja de ser uno de ellos, que además se subraya ante las diferencias. Unas diferencias que nos ayudan a luchar por ser iguales, sin darnos cuenta que esta diversidad nos fortalece ante la llamada normalidad, ¿quién determina lo normal o anormal? Como decía Aristóteles: “la realidad subjetiva” y la normalidad está dentro de esta realidad, por lo que lo diferente y lo normal pertenece a la opinión individual, que se ve extendida creando etiquetas sociales como el “no podrá”, “no será capaz”, etc…
Pero la raíz de estos pensamientos no deja de ser humana, individual y personalizada, sujeta a cada pensamiento y manipulada por la popularidad de una unidad social mayor que la población con discapacidad. Por eso no debemos dejarnos llevar por un idealismo estático en la forma pero dinámico en las tendencias. Si evitamos la homofobia y el racismo, generando una multiculturalidad, ¿por qué no se debe incluir a la diversidad funcional en esta multiculturalidad?
Volviendo a la subjetividad social, ante este convulso tema, debemos retomar las opiniones personales para alejarnos e inhibir los estereotipos o etiquetas que puedan detener nuestro camino por la vida. Un camino personal y único, que debemos construir nosotros, con nuestras capacidades y limitaciones, porque al fin y al cabo, los objetivos y los límites se los pone uno mismo independientemente de lo que dirán.
Si somos capaces de seleccionar todo aquello constructivo que procede del exterior, construyendo una crítica propia y objetiva, conseguiremos elaborar un autoconcepto que nos permitirá encontrar la felicidad durante el camino y no vivir en busca de la felicidad.
El límite y las metas sólo las pone uno mismo.