Como veremos, en función del momento de la aparición, hablaremos de discapacidad congénita o sobrevenida. Hay varias causas: factores congénitos, hereditarios, cromosómicos, por accidentes o enfermedades degenerativas, neuromusculares, infecciosas o metabólicas entre muchas. También vamos a encontrarnos con variedad de consecuencias funcionales: diversidad en los grados de afectación, diversidad en las áreas que puedan estar afectadas ... etc.
Describimos y comparamos a continuación ambas clasificaciones:
ADQUIRIDAS
La discapacidad adquirida se considera como aquella debida a un accidente o enfermedad producida a lo largo de la vida, y que conlleva una serie de deficiencias que dan un giro a la cotidianidad de la persona.
Por ello, es interesante descubrir cómo influyen los factores psicosociales de su entorno en la recuperación de su autonomía y cómo se enfrenta a ella la propia persona. Dado que, en estos casos, el pasado, presente y futuro juegan un papel importante en la recuperación de este constructo. Puesto que, dependiendo como haya sido el pasado y como asimile el presente, variarán los factores psicológicos en vistas a un futuro, y en el que también intervienen la influencia de su mesosistema.
CONGÉNITAS
La discapacidad física presenta limitaciones en la realización de movimientos. También pueden estar afectadas otras áreas como el lenguaje o la manipulación de objetos. Algunos ejemplos conocidos pueden ser la parálisis cerebral, la espina bífida, las amputaciones...
En la discapacidad orgánica son los órganos internos los que están dañados, por eso muchas veces se asocia a enfermedades que no son perceptibles. Algunos ejemplos conocidos son fibrosis quística, trasplantes riñón, pulmón, cardiopatías, etc
Por tanto, en los casos de discapacidad congénita, el individuo nace y se desarrolla con unas limitaciones determinadas y en su proceso de evolución, aprende a sortear los obstáculos de la misma manera de potenciar sus recursos.
ANÁLISIS COMPARATIVO
Partiendo de estas dos definiciones, el concepto de discapacidad puede variar según sea la edad de inicio y el tipo de lesión. Así, se clasifica en congénita y adquirida y en transitoria, estática y progresiva. En cuanto al tipo de lesión, se considera transitoria la que remite completamente, independientemente del tiempo de duración de su sintomatología. Un ejemplo podría ser el síndrome de Guillain-Barré. Sin embargo, si bien es verdad que la mayoría de veces este síndrome se cura sin secuelas, no ocurre lo mismo en todos los casos.
Conceptos como la discapacidad estática se refiere estrictamente al tipo de lesión y a la forma de producción de la misma. Sin embargo, como que el niño no es un ser estático sino dinámico, en continuo desarrollo, las lesiones que en teoría son estáticas están sujetos a cambios durante el crecimiento y por tanto pueden mejorar o empeorar, como en el mielomeningocele.
Finalmente, la discapacidad progresiva o degenerativa, como en el caso de la distrofia muscular de Duchenne, obliga a adaptar constantemente la vida durante su evolución.
La discapacidad tiene un importante impacto sobre el crecimiento y desarrollo, algunas ocasionando trastornos de peso y talla como en la artritis idiopática juvenil o la fibrosis quística, alteraciones del perímetro craneal en el caso de la hidrocefalia, o dismetría de extremidades como en las hemiplejías o parálisis braquial obstétrica. Es muy importante valorar el impacto sobre el desarrollo psicomotor, dependiendo de la edad en que se produce la lesión y su evolución, ocasionando alteraciones neuropsicológicas que interferirán directamente en el desarrollo escolar y sociofamiliar del niño, Febrero A. (2003)
Pero como hemos visto, la discapacidad congénita y la adquirida, adopta matices diferenciales respecto a la adaptación ante lo cotidiano. Unos matices que afectan tanto a la persona con discapacidad como a su familia.
El principal matiz es la adaptación a ésta, donde puede ser lógico admitir que, en el caso congénito, esta adaptación es más fácil para la propia persona, ya que no ha conocido otra condición física. Sin embargo, los padres de niños afectados por algún tipo de discapacidad, son generalmente caracterizados como depresivos, sobreprotectores, culpabilizadores, propensos a la negación o el rechazo. Tal vez, se incurre en un grave error al generalizar estas características dado que su reacción es una consecuencia de la difícil situación en que se encuentran. Esta se potencia como resultado del rechazo social, lo que, a su vez, lleva a la familia a aislarse de su medio. En resumen, una cadena causa-efecto muy negativa, como menciona Martin L.
Pero al mismo tiempo, esta posible facilidad de adaptación que se pueda tener en la infancia, se ve reducida progresivamente a medida que se va creciendo. Dado que el niño se va dando cuenta de lo que le gustaría hacer y no puede debido a su condición física. La frustración, la envidia y la impotencia son factores psicológicos que pueden convivir durante el crecimiento y la maduración. Factores que lo persiguen hasta una cierta edad, en la que posiblemente ya ha podido crear el futuro moldeado a su condición física.
Futuro que, dependiendo del grado de discapacidad, puede estar condicionado a los intereses o ideales familiares. Donde la unidad familiar incide directamente sobre el futuro de esta persona, lo que lo hace un ser pasivo a merced de la visión y opinión de la familia.
Por otro lado, podemos observar como en la discapacidad adquirida la adaptación es para ambas partes, tanto por la propia persona como por su entorno. Dado que la situación provoca un vuelco global que afecta a todos aunque por supuesto, en diferente medida. Si esta discapacidad surge a partir de la adolescencia, ya no se observa la adaptación sencilla que comentábamos en la discapacidad congénita, ya que en este caso, la persona ya tiene un nivel de vida y unas costumbres que de un día para el otro desaparecen o se ven disminuidos.
Este cambio de cotidianidad, requiere un proceso adaptativo que implica una serie de factores psicológicos expuestos en el punto anterior y que lo diferencia de la discapacidad congénita. Esto hace que el proceso adaptativo sea más lento y costoso.
Al mismo tiempo, el caso de la familia se parece más al proceso de adaptación a una discapacidad congénita, aunque también interviene el factor de experiencia lo que genera una angustia añadida, dado que la familia también está habituada a otra cotidianidad, lo de repente, da un giro de 180 grados. Además de cambiar la vida de la propia persona también cambia la de su familia, lo que concuerda en parte con la experiencia vivida del entorno de una persona con discapacidad congénita.
Finalmente, quizá en la discapacidad adquirida, se dé en menor grado la influencia familiar en la construcción del futuro, si esta persona recopila recursos necesarios para sustituir las deficiencias físicas consecuentes de la discapacidad adquirida. Esta disminución del grado de influencia se debe a un pasado sin discapacidad, el cual la persona tiende a querer recuperar. Este propósito hace reafirmar la identidad de la propia persona, lo que se ve debilidad en la discapacidad congénita, donde desde un principio, la persona es dependiente de los ideales familiares y, en según qué casos, prisionera. Factor que hace más difícil la separación de identidades y la creación de una personalidad propia con la que construir un futuro individual y personalizado a pesar de las ayudas asistenciales que deba percibir por su condición física.