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A los inicios de un nuevo año la gente siempre se propone: metas, cambiar de hábitos y sueños. Lo cual nos da cierta dosis de energía para empezar el año con ilusiones.

Pero … ¿y las personas con discapacidad que dependemos de terceros para conseguir esos propósitos y sueños?

pensando

Con frecuencia, se dejan de lado para no dar más trabajo a quien nos tiene que ayudar y, de paso, evitamos ese sentimiento de carga y de culpa. Pero sin percatarnos que estamos, en cierto modo, sacrificando nuestros deseos y bienestar. Es decir, muchas veces no perseguimos nuestros objetivos por aliviar la carga a quienes nos rodean.

Que si, es muy loable y necesario pensar en aquellos que dedican su mayor tiempo a nosotros (por culpa de la falta de recursos asistenciales). Pero, por qué no mirarlo por el otro lado: ¿y si aquello que queremos cambiar, deseamos o soñamos puede beneficiar a ambas partes y no caemos en estos beneficios? Pues la mayoría de veces tendemos a pensar en las consecuencias negativas que nuestros actos o propósitos puedan conllevar. ¿Y los positivos, dónde quedan? La verdad es que no nos paramos a pensar en ellos o no llegamos a conocerlos por no haberlo intentado. Ese  “miedo es la más grande discapacidad de todas”, parafraseando a Nick Vujiic, es lo que no nos deja avanzar.

Cierto es que hablar de resiliencia parece una tendencia actual, cuando simplemente y llanamente es saber salir fortalecido de una situación complicada o, dicho de otra manera: “la capacidad de una persona o de un sistema social de vivir bien y desarrollarse positivamente a pesar de las condiciones de vida difíciles, y esto de manera socialmente aceptable”, algo que puede ser un sinónimo de supervivencia.

 En base a esta definición, ¿podemos tener resiliencia si nos resignamos sólo a lo que tenemos?

La respuesta es evidente. Es como si nunca dejáramos a un niño caer, entonces no aprendería a levantarse. Pues si nos conformamos con permanecer como estamos, sin cambios y a merced de lo que disponen los que nos ayudan (mayoritariamente la familia) nunca lograremos aquello que en realidad queremos ni sabremos si nos equivocamos o, por el contrario, se convierte en un beneficio tanto para nosotros como para los que nos ayudan.

A veces hay que arriesgarse y perseguir ese sueño, porque en realidad los sueños, el caer y volverse a levantar y, por ende, la resiliencia son la fuente de energía para vivir.

Como diría Vincent Van Gogh: “El éxito es a veces, el resultado de toda una serie de fracasos.”. Por eso os invito a soñar y a luchar por ellos. Porque sin cambios no hay fracasos, pero tampoco felicidad.

 

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