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Tu mano virtual en Diversidad Funcional

imagen de iclusiónEn una sociedad de cambios y avances como la nuestra, donde nadie es foráneo, en la cual ha ido emergiendo una multiculturalidad enriquecedora para muchos y en la que esas diferencias de  piel, idioma, religión o cultura son efímeras de discriminación puesto que ya se han incluido como valor cualitativo.

Si, en esa misma sociedad en la que residimos del mismo modo, pero no al mismo nivel, el tan nombrado colectivo de personas con diversidad funcional. Actualmente resonando nuestra presencia para agrandar aún más la etiqueta “inclusión” aunque sea para aparentar ese cambio modélico, que en verdad ser reduce a un falso espejo de esperanza, en el cual lo que se había avanzado se ve deshilachado, o incluso truncado, por los recortes.

Somos agentes, muchas veces pasivos a ojos del macrosistema, pero activos en defensa de nuestros derechos y deberes aunque sea para mantener nuestra mínima presencia en una civilización que nos tiende a  agrupar hacia centros especiales y residencias con la excusa que estaremos más cuidados y protegidos, perdón, quería decir atendidos, pero mi propio subconsciente delata el supuesto objetivo de esos agrupamientos: nuestra sobreprotección.

Aunque, como cualquier humano, algunos nacemos rebeldes, o más bien inconformistas, y pretendemos desviarnos de esa “norma” que antepone lo especial a lo ordinario. Como diría Piaget: aprendemos de lo que vemos, por eso queremos imitar. Desde infantes, aunque tengamos diversidad funcional, ansiamos  hacer lo que vemos en nuestros iguales que revolotean por el parque. Y es que hay que recordar que, muchos de nosotros, somos prisioneros de nuestro cuerpo pero no de nuestra mente.

Mente que tan sólo anhela ser uno más, con sus límites y capacidades, para adherirse al tejido urbano del que has sido  ligeramente aislado anteponiendo lo  terapéutico y asistencial a lo social y educacional. Ámbitos que pueden ser fusionados perfectamente si se siguiera con rigor la esencia del concepto inclusión.

Pero mientras no llega este bisturí que opere en la raíz social implantando un cambio de concepción ante la “diferencia”, nosotros seguimos en la persistencia de abrirnos camino e incluirnos; primero en el ámbito académico, donde se debe reconocer un progreso de vuelta de hoja en el cual toma cabida nuestra presencia cada vez con mayor facilidad e igualdad, sobretodo en la etapa de educación obligatoria en la que se facilitan los recursos asistenciales y técnicos dentro de las aulas ordinarias.

No obstante, una vez hemos logrado escaparnos de ese sendero especial en que se nos dirige, o dirigía, nada más nacer con diversidad funcional, (opción necesaria para algunos pero de freno para otros), nos sumergimos en aguas de marea agitada, pero sorteando a veces grandes olas, retenemos en nuestro baúl de la vida vellos momentos que hacen crecer y coger fuerzas para seguir hacia delante. Siempre con el objetivo de ser uno más.

Y así, tramo a tramo y sea cual sea la edad de inicio de inmersión en la educación  ordinaria, vamos avanzando del mismo modo que nuestros iguales. Incluso, si ese es nuestro propósito, nos acabamos adentrándonos en estudios superiores, donde los socavones en ocasiones se multiplican pero la perseverancia por anteponer nuestras capacidades a nuestras limitaciones, nos empuja a conseguir aquello que queremos: ser como un estudiante más.

Quizás este empeño en ir avanzando en nosotros mismos, promueva a su vez la visibilidad de nuestras necesidades que se ve plasmada en nuestro acceso a la formación ordinaria. Aunque por supuesto queda mucho que mejorar.

Pero… ¿qué pasa cuando ya, habiendo cruzado mar y cielo, conseguimos ser técnicos, graduados, ingenieros, diplomados, licenciados e incluso, doctorados?  De nuevo volvemos a ser ciudadanos de segunda, bueno,  si hoy en día en algún momento nos han podido incluir como ciudadanos de a pie, porque con los recortes no podemos ni transitar, dado que una silla de ruedas debe considerarse un artículo de lujo y  por eso recortan los presupuestos para ayudas pero no los coches oficiales, no vaya a ser que algún diputado no pueda llegar a tiempo al café de las 12hs.

Pero volvamos al meollo de la popular “inclusión”. Cuando ya hemos logrado formarnos en aquello que queríamos o podíamos, emergemos ante un nuevo enigma: la inclusión laboral. ¿Y por qué es un enigma? Porque si no encuentran la llamada inserción laboral 5 millones de parados, intenta encontrarla tú si tienes más de un 95% de discapacidad física. Es como buscar un tesoro en el océano atlántico y sin traje de buzo.

Poco importa la formación que poseas, si lo aparente es lo que reluce a ojos empresariales, para qué indagar en las capacidades de la persona. Además, si se recibe reducciones fiscales y subvenciones contratando a personas con el 33% de grado de discapacidad, para qué complicarse la existencia cogiendo a una persona con el 95% o el 99% de discapacidad.

Ante esa dinámica empresarial, facilitada y gestionada por las administraciones, asistimos a la extinción de oportunidades. Que si ya eran escasas en sus orígenes, ahora con la crisis resultan casi inexistentes. Una ardua política sociolaboral que nos aleja del tejido laboral convencional y  nos vuelven a redirigir a centros especiales u ocupacionales con el pretexto que así salimos de casa. Humilde forma, terapéutica en sus origines y con un sentido ocupacional en la actualidad, que encima con la reforma de la ley de dependencia, nos hacen deudores de éstos servicios asistenciales.

Es decir, vivimos en una sociedad en que llega un punto que te ves sujeto a abandonar una mochila repleta de sudor, esfuerzo, superación, aprendizaje y formación porque tus capacidades, que son lo que te han llevado a conseguir todo ello, se disuelven volviéndose invisibles tras el  paraguas de las supuestas limitaciones que ve el mercado productivo en ti. Y por ello, para compensarlo te derivan a centros especiales en los cuales ahora te harán pagar hasta el  90% por ser asistido, ocupando la plaza de alguien que realmente lo necesita, por no crear oportunidades y vías de acción que realmente pongan los cementos hacia una verdadera inclusión laboral y social.

Una ausencia o carencia de medidas como la asistencia personal o el trabajo con apoyo que, además de reequilibrar los costes haciéndonos productivos, mejoraría nuestra autonomía, saldrían a flote nuestras capacidades y se vencerían a nuestras limitaciones. Porque de limitaciones tenemos todos, aunque las nuestras sean más visibles pero con los soportes adecuados las podemos suplir con nuestras capacidades a veces invisibles.

Por eso son tan importantes estas medidas junto al fomento de oportunidades que facilitaría que todos nuestros esfuerzos y el progreso de la educación inclusiva no cayeran en saco roto. Pero mientras no se adopte estas dos medidas, tan básicas para algunos y parece que de lujo para otros, vemos desvanecerse nuestros sueños e ilusiones que reforzarían un futuro de igualdad, de oportunidades y de enriquecimiento social que, como he mencionado al principio, nos harían formar parte de ésta multiculturalidad que ha hecho europeísta a nuestra sociedad.

Pero frente a las adversidades y carencias metodológicas y administrativas, dadas supuestamente de la crisis actual, no debemos perder la esperanza y seguir luchando hacia el propósito, por ahora aparente, que es nuestra plena inclusión con los mismos derechos y deberes que residen en el resto de nuestro tejido social. Si se ha avanzado en la inclusión escolar, ¿por qué no progresar hacia una inclusión laboral? Aunque en un inicio nos veamos obligados a  visibilizar nuestra capacidad profesional desde casa y a través de las nuevas tecnologías, que son a su vez las herramientas potenciadoras de nuestra inclusión laboral y social y que, si nos lo permiten, nos facilitarán más nuestra plena inclusión.

Vanessa Fuentes

Psicóloga clínica y social 20274 COPC, técnica superior en integración social y formadora de formadores.

http://psicovan.hol.es

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