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Tu mano virtual en Diversidad Funcional

En este artículo me gustaría ponerme en la situación de los padres o familiares de una persona con diversidad funcional. Sobre todo de aquellos, que quizá por su educación, tienden a ser más sobre protectores con la persona con algún tipo de discapacidad. En este caso, nos centraremos en la discapacidad física, en aquellos casos que la capacidad intelectual está intacta, pero por motivos de déficit funcional necesitan la ayuda de terceras personas.

imagen de una cariciaEn estos casos, surge un cierto temor a que la persona con esa diversidad funcional no se pueda desenvolver por sí sola en las actividades donde la familia o cuidadores no están presentes. Un temor que, ya desde que la persona nace, forma una capa protectora donde desde la visión de la familia el peligro siempre está presente.

Quizás una persona que habla con dificultad puede tener ciertas barreras de comunicación, las cuales se pueden suprimir mediante estrategias de la propia persona o ayudas técnicas de sistemas de comunicación aumentativos y alternativos. La mayoría de veces, estas soluciones alternativas no son fiables para los padres/cuidadores, piensan que pueden fallar y que no lo entenderán.

En cierta manera esta postura es lógica si desde bien pequeños sólo ha tenido contacto con un entorno especial, donde las necesidades asistenciales estaban cubiertas por profesionales especializados. Hablo de la educación especial, donde probablemente los mayores casos de sobreprotección siguen este patrón de educación, llevando al niño a centros especiales.

No es que esto esté mal, sino todo lo contrario, en cierta manera facilita la rehabilitación del niño pero, a la vez, también pueden facilitar cierto grado de tranquilidad en los padres. Ese grado de tranquilidad disminuye conforme la persona se hace mayor y le surgen inquietudes y oportunidades de inclusión.

Ahí aparecen las divergencias entre la persona con diversidad funcional y la familia. Donde la primera persigue una serie de acciones y oportunidades que los segundos le impiden realizar. No se hace de mala fe ni a lo mejor de forma consciente. Es una protección innata que aumenta si la persona tiene una discapacidad por temor a que le pase algo o no se pueda desenvolver por ella misma en situaciones nuevas o externas al entorno habitual.

En esta discordancia de intereses, donde no debemos discriminar si está mal o bien, surge la necesidad de buscar soluciones intermedias que satisfagan a ambas partes. Por una parte, la tranquilidad de la familia debería estar cubierta por una confianza hacia las capacidades de la persona con discapacidad. Y por otra parte, cubrir la necesidad de crear una identidad independiente y dar cabida a las oportunidades que le surgen a esta persona.

¿Cómo podemos conseguir esto? Como he comentado, no deben existir ni culpables ni inocentes, sino un equilibrio entre necesidades, donde el papel de ambos es fundamental. Siempre tendemos a dar pautas a los familiares, pero quizás para conseguir este objetivo, la persona con diversidad funcional debe dar el primer paso.

En nuestro día a día, las personas con diversidad funcional nos encontramos con obstáculos arquitectónicos y sociales que nos dificultan aquello que queremos hacer. La sobreprotección se puede convertir en uno más de esos obstáculos. Por ello debemos buscar soluciones, como hacemos con el resto de obstáculos, para disminuir de forma paulatina y sin perjudicar a la familia, ésta barrera que nos impide muchas veces evolucionar.

Una alternativa lógica es que la familia tenga confianza en nuestras capacidades y posibilidades de autonomía. Para ello, una estrategia a seguir sería hacer aquello que queremos realizar por nosotros mismos pero bajo su observación. Para poner un ejemplo, si no nos dejan salir a la calle solos, podemos pactar la realización de un tramo determinado (por ejemplo, ir a por el pan) mientras ellos nos observan desde una distancia prudencial. De esta manera se darán cuenta que podemos ir a por el pan.

Otro día, podemos realizar el mismo procedimiento para coger una línea de bus. Poco a poco se darán cuenta que lo podemos hacer.

Pero como he dicho al principio, si me pongo en su lugar, todo dependerá de la edad de la familia, la educación, el apego y como no, el grado de discapacidad de la persona. Aunque esto último quedará en segundo plano si se agudiza los primeros factores mencionados. Es decir, a mayor edad por parte de la familia se da un grado mayor de sobreprotección, lo cual es debido a la educación recibida y al temor proyectado a causa de un excesivo apego forjado por el cuidado durante toda la infancia y adolescencia de la persona con movilidad reducida.

Ante esto debemos tomar una serie de pautas, quizás con mayor temporalidad que la antes mencionada. Hay que tener en cuenta que para ellos es difícil comprender que gracias a los nuevos avances podemos suplir el habla oral por la digitalizada, por ejemplo. Por ello, tenemos que ponernos en su lugar y explicarles detalladamente las estrategias o recursos disponibles para suplir nuestros déficits funcionales.

Lo principal que debemos conseguir para eliminar la sobreprotección es que las familias cojan confianza en nosotros mismos y en los recursos disponibles para ayudarnos. Esto es más fácil de conseguir si lo ven con sus propios ojos y se acostumbran poco a poco.

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